Maestro Oogway de la película Kung Fu Panda |
Un buen maestro tiene siempre esta preocupación: enseñar a prescindir de él.
André Gidé
En algún momento de la vida nos enfrentamos al gran misterio. El detonador
puede ser una enfermedad, un accidente, una gran sensación de falta de sentido
o también experiencias de plenitud, intuiciones, sincronías asombrosas,
percepciones de otros planos de consciencia, sanaciones profundas.
Cuando aparecen las preguntas sobre quién soy en realidad y cuál es el
sentido de la vida, comenzamos a buscar fuentes de sabiduría que puedan
orientarnos. Cada uno va haciéndolo a su manera: algunos a través de la meditación,
otros con las ceremonias con plantas medicinales, a través del contacto con personas que ya han hecho un
largo recorrido de desarrollo de la espiritualidad, a través de alguna religión
o disciplina de autoconocimiento.
Todas esas personas que están al servicio, cuando lo hacen de forma seria y
honesta, han atravesado un largo camino de liberación. Son personas que han
decidido conocerse en profundidad, sacarse todas las máscaras, hasta llegar a
un estado que ya nada límite la expresión de su ser y la manifestación de
su propósito.
Están al servicio porque también comprenden que son uno con todos. Hay una
parte del trabajo interno que tiene que ver con lo propio y otra que tiene que
ver con lo colectivo. Así, estas personas han despertado a la conciencia de la
responsabilidad sobre la realidad que creamos como individuos y como especie.
Gracias a su servicio, nos facilitan el camino. Su sola presencia ya nos
transforma. Leer sus libros, escuchar sus charlas o cursos nos inspira y nos
ayuda a reconocer nuestra pureza, nuestros dones y potencialidades, el sentido
de los desafíos que se nos presentan en la vida. Nos ofrecen una mirada con zoom sobre lo que estamos viviendo. Nos
enseñan a dejar de lado los hábitos nocivos. Nos muestran formas para mantener
abierto el corazón y conducirnos desde el amor, el respeto, la libertad, la
responsabilidad, la compasión, la abundancia, la alegría y la unión.
Cuando comencé a practicar Yoga, me enteré de una práctica de gratitud a
los maestros que me encanto. Se llama pújá,
que en sánscrito significa ofrenda. Se trata de una costumbre india de llevar
regalos: flores, frutas, granos, chocolates y hasta dinero al profesor de
cualquier materia. Es un regalo del corazón. En la India, todos los profesores
son honrados, porque es la forma de honrar el conocimiento. Muchas veces ese pújá
se extiende más allá del profesor que da
la clase e incluye al linaje de maestros de ese profesor, la línea sucesoria de
conocimiento.
Cuando éramos niños, actuar en reciprocidad con el amor recibido era algo
natural y espontáneo. Recuerdo que me salía del corazón hacer un dibujo para mi
maestra, llevarle algún regalito que había hecho con mis propias manos.
La propuesta de hoy es
reconocer a todos los que son, en este momento presente, tus fuentes de
inspiración y nutrición espiritual. Una vez que los tengas presentes, dejar
brotar del corazón alguna forma de manifestarles tu gratitud en acción. Puede
ser escribiéndoles una carta y enviándoselas, hay quienes eligen donarles dinero,
compartir con otras personas sus textos sea regalando sus libros o compartiendo
en las redes sociales el material online…hacerles un regalo de algo que pueda
servirles, lo que brote genuinamente de
tu corazón.
Este post está inspirado en todos los pújás hermosos y sentidos que
salieron de mi corazón y en el curso de Lectura de Aura que tome con Laural
Frigerio en 2014.
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